El arquitecto burkinés francis Kéré se convirtió en la primera persona africana y de raza negra ganadora del premio pritzker, por sus diseños basados en las ideas sociales y sostenibles.
Una vez más, el Premio Pritzker de arquitectura, el galardón de mayor prestigio en el mundo para la disciplina, depositó sus laureles en el trabajo de vivienda social y sostenible, aunque esta vez, en una oportunidad sin precedentes en las más de cuatro décadas del galardón, el arquitecto, académico y activista social Francis Kéré se convirtió en la primera persona africana y de raza negra favorecida con este premio fundado en 1979.
Diébédo Francis Kéré es un arquitecto, educador y activista social nacido en Burkina Faso, ganador del Premio Aga Khan de Arquitectura 2004 y diseñador del Pabellón Serpentine 2017.
Reconocido por “empoderar y transformar comunidades a través del proceso de la arquitectura”, Kéré trabaja principalmente en áreas cargadas de limitaciones y adversidades, utilizando materiales locales y construyendo instalaciones contemporáneas cuyo valor excede su estructura, sirviendo y estabilizando el futuro de comunidades enteras.
“A través de edificios que demuestran belleza, modestia, audacia e invención, y por la integridad de su arquitectura y gesto, Kéré defiende con gracia la misión de este Premio”, explica el comunicado oficial del Premio Pritzker de Arquitectura. Kéré es el ganador número 51 del premio fundado en 1979, sucediendo a Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal.
Ha combinado su formación y obra arquitectónica europea, con las tradiciones, necesidades y costumbres de su país.
Nacido en Gando, Burkina Faso en 1965, Francis trabaja para “mejorar las vidas y experiencias de innumerables ciudadanos en una región del mundo que a veces se olvida”, como explica el nuevo Pritzker.
Desde joven, sus padres insistieron en que su hijo fuera educado. Francis estudió arquitectura en Berlín. Una y otra vez, en cierto sentido, ha vuelto a sus raíces. Ha bebido de su formación y obra arquitectónica europea, combinándolas con las tradiciones, necesidades y costumbres de su país. Estaba decidido a llevar recursos educativos de una de las principales universidades técnicas del mundo a su tierra natal y hacer que esos recursos elevaran el conocimiento, la cultura y la sociedad indígenas de su región.
Continuamente ha llevado a cabo esta tarea de manera muy respetuosa con el lugar y la tradición y, al mismo tiempo, transformadora en lo que se puede ofrecer, como en la escuela primaria de Gando, que sirvió de ejemplo para muchos, incluso más allá de las fronteras de Burkina Faso, y para al que más tarde añadió un complejo de viviendas para profesores y una biblioteca. Allí, Kéré entendió que un objetivo aparentemente simple, hacer posible que los niños asistieran cómodamente a la escuela, tenía que estar en el corazón de su proyecto arquitectónico.
La obra de francis Kéré es, por su esencia y su presencia, fruto de sus circunstancias.
Su sensibilidad cultural no solo entrega justicia social y ambiental sino que guía todo su proceso, en la conciencia de que es el camino hacia la legitimidad de un edificio en una comunidad. Sabe, desde dentro, que la arquitectura no se trata del objeto sino del objetivo; no el producto, sino el proceso. Todo el cuerpo de trabajo de Francis Kéré nos muestra el poder de la materialidad arraigada en el lugar. Sus edificios, para y con las comunidades, son directamente de esas comunidades, en su construcción, sus materiales, sus programas y sus caracteres únicos. Están atados al suelo sobre el que se sientan ya las personas que se sientan dentro de ellos. Tienen presencia sin pretensiones y un impacto moldeado por la gracia.
La obra de Kéré es, por su esencia y su presencia, fruto de sus circunstancias. En un mundo donde los arquitectos construyen proyectos en los contextos más diversos, no sin controversias, Kéré contribuye al debate incorporando dimensiones locales, nacionales, regionales y globales en un equilibrio muy personal de experiencia de base, calidad académica, baja tecnología, alta tecnología y un multiculturalismo verdaderamente sofisticado. En el pabellón Serpentine, por ejemplo, tradujo con éxito a un lenguaje visual universal y de una manera particularmente eficaz, un símbolo esencial olvidado hace mucho tiempo de la arquitectura primordial en todo el mundo: el árbol. ©
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