Cada día más estudios demuestran la influencia que los alimentos que consumimos tienen un impacto directo en nuestro cuerpo, en nuestro cerebro y en nuestra conducta. Especialmente en los más jóvenes.
La alimentación y el comer son tópicos usuales entre los padres de niños pequeños. Muchos de ellos, desarrollan lo que se describe como problemas leves de alimentación en algún momento de su crecimiento. A los doctores solo les toma unos minutos hacer un análisis de la dieta y la alimentación. Sin embargo, los padres de niños con el espectro del autismo a menudo buscan más apoyo, ya que estos problemas en el comer son más rigurosos.
Muchos de los padres de niños con autismo se esfuerzan en ayudar a sus hijos sin ayuda de un profesional. En parte, esto se debe al limitado número de especialistas que tratan los trastornos en la alimentación.
Aunque no existen estadísticas confiables en cuanto a trastornos de la alimentación en niños con autismo, el problema parece ser bastante común en aquellos que lo padecen. Brenda Legge es una madre británica, que a raíz de haber realizado varias encuestas a diferentes familias, escribió el libro «Can’t Eat, Won’t Eat: Dietary Difficulties and Autistic Spectrum Disorders» (No puedo Comer, No Voy a Comer: Problemas Dietéticos y Trastornos del Espectro del Autismo), en dónde resume experiencias en familias con trastornos en la alimentación. Aunque cada niño es único, la información recopilada en su encuesta muestra la necesidad que existe de hacer más investigaciones en este asunto y también es una herramienta para educar a las familias sobre situaciones comunes en la alimentación.
Tiene gran importancia asesorar desde el principio los problemas médicamente relacionados con trastornos de la alimentación, para así poder reconocer y tratar sus necesidades médicas. Después de que los problemas médicos han sido analizados y exista un plan para tratar estos problemas, si todavía existen dificultades en el comportamiento, es importante discutirlas y tratarlas.
El comportamiento y el entorno afectan el hábito de la alimentación
Los trastornos en el comer son complejos y aún en la actualidad se estudian para llegar a buenas conclusiones, más en casos de enfermedades. Trastornos en el comer como la insuficiencia en el progreso, rumiación, trastorno de pica, obesidad y anorexia nerviosa pueden afectar a los niños con trastornos del espectro del autismo. Los niños que tienen estos problemas corren el riesgo de tener serios problemas con la salud y como consecuencia ponen su vida en peligro.
En toda la literatura limitada que existe de los trastornos de la alimentación y del comer (Morris & Klein, 1987); (Kedesdy & Budd, 1998), los factores ambientales enfocan principalmente en las variables del proceso sensorial. Los niños que son extremadamente selectivos con la comida están frecuentemente tratando con muchos factores ambientales relacionados con la modulación y la regulación sensorial. Comer selectivo significa comer muy poca cantidad de comida y/o restringir lo que se come de una pequeña selección una o dos cosas.
«Franco solo comía golosinas, no había forma de hacerlo comer otro tipo de comidas», explica Mariela, madre de un niño con autismo y agrega que «cuando lo llevo a un especialista en nutrición y sus hábitos en el comer cambiaron, comenzó a comportarse mejor y tuvo grandes mejoras en sus otros tratamientos médicos».
La psicóloga y especialista en autismo de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Micaela Chavéz expresa que «el sentir o tocar la comida es un factor sensorial común para individuos con el trastorno de espectro del autismo. La temperatura o la textura de las comidas necesitan ser a la medida. Es común entre niños el insistir en que todas sus comidas estén a temperatura ambiente, por ejemplo.»
«La apariencia en las comidas es otro asunto que se debe tener en cuenta cuando existen problemas con el comer y la alimentación. Es común entre los padres decir que su niño solo come comidas de un solo color. Los que padecen de una extremada selectividad van a querer siempre algo acondicionado a lo que piden o no querrán comerlo», expone la psicóloga infantil.
Un efecto alimenticio podría aumentar los casos de autismo
La Liga de Intervención Nutricional contra Autismo e Hiperactividad (LINCA) es una ONG que trabaja con esta perspectiva y informa a las familias con personas en el espectro autista y a profesionales de la medicina. En su página puede leerse que Karl Reichelt, médico e investigador noruego fallecido en 2016, fue uno de los primeros en relacionar la conducta de niños autistas con la de los adictos al opio o a la morfina. En la orina de estos pacientes, Reichelt encontró elementos con una gran similitud molecular a la morfina y planteó la teoría de que un grupo importante de personas con trastornos del desarrollo, como autismo y TDAH, no digiere correctamente las proteínas, principalmente las que se encuentran en los lácteos y en el gluten.
A esos elementos hallados en la orina se los llama péptidos opiáceos y alteran el funcionamiento del cerebro a nivel de los neurotransmisores. Este efecto se deja sentir en primer lugar en el intestino, nuestro segundo cerebro, donde se encuentran unos cien millones de neuronas.
«La apariencia en las comidas es otro asunto que se debe tener en cuenta cuando existen problemas con el comer y la alimentación».
Nicolás Loyácono, pediatra de la UBA, es investigador adjunto en el Hospital de Clínicas, trabaja como responsable del equipo TEA Enfoque Integrador y resume la premisa sobre la cual se basan: «Los alimentos de mala calidad nos inflaman y activan nuestro sistema inmunológico, y eso interfiere en nuestras funciones básicas, como en el nivel de concentración o en el sistema cardiovascular. En el cerebro, puede propiciar la alteración de conductas». Sobre esa base, desarrollaron tratamientos integrales. «Hacemos una evaluación de cada paciente no solamente del área neurológica psiquiátrica y de conducta, sino que también consideramos los problemas médicos que acompañan el diagnóstico, que solemos llamar PMC», dice. Los PMC son «problemas médicos concomitantes», que acompañan el diagnóstico crónico -que en este caso es el TEA-, y pueden ser temas gastrointestinales, nutricionales, metabólicos, inmunológicos, bioquímicos, oxidativos, infectológicos o reumatológicos, entre otros comunes. «Cuantos más PMC vamos resolviendo, la sintomatología por la cual el TEA fue diagnosticado se reduce. Y muchas veces desaparece. La dieta es la base del tratamiento. En todos los casos, la dieta genera una desinflamación que mejora muchísimo la calidad de vida del paciente». ©
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