Comenzó a construirse en el año 1906 para recibir, prestar servicios, alojar y distribuir a los miles de hombres y mujeres procedentes de todo el mundo. Fue inaugurado el 25 de enero de 1911. Entre ese año y 1920, albergó a casi 480 mil inmigrantes. Hoy en el lugar funciona el Museo de la inmigración y el Centro de Arte Contemporáneo – MUNTREF.

La expansión del modelo económico impulsado entre fines de siglo XIX y principios del XX requería una gran cantidad de mano de obra. Por ese motivo, se realizaron acciones para impulsar activamente la llegada de inmigrantes a este terruño. La mayoría de ellos provenía de Italia y España. El resto, de Alemania, Inglaterra, Irlanda, Francia y Rusia, entre otros países. Gran parte del presente de este país se debe a aquellos hombres y mujeres que atravesaron el océano en busca de un sueño y sintieron esta tierra como propia.

El Hotel, el pasado

En el barrio porteño de Retiro, oculto del tránsito intenso que impone la Ciudad, exactamente en el 1355 de la Avenida Antártida Argentina se encuentra el Hotel de los Inmigrantes, un símbolo de aquellos años en que este país supo albergar a los grandes contingentes que provenían, en su mayoría, del viejo continente
Está ubicado a orillas de Río de la Plata, en la Dársena Norte del moderno Puerto de la Ciudad de Buenos Aires, y fue inaugurado el 25 de enero de 1911 a raíz de la decisión política del gobierno encabezado por Roque Sáenz Peña. En aquellos años Argentina recibía las mayores oleadas migratorias de la historia moderna.
La construcción no es muy conocida ya que no se puede divisar desde la calle sino desde el río. Se halla detrás de la sede de la Dirección Nacional de Migraciones – organismo del que depende-, rodeada por un amplio parque. «Este hotel, a diferencia del resto de los que alojaron a los inmigrantes, fue construido con ese propósito exclusivo. La idea de su creación se enmarca en la política migratoria establecida en 1876», explica el arquitecto Sergio Sampedro, coordinador del Museo de la Inmigración.
Es que en octubre de 1876 fue sancionada la Ley 817 de «Inmigración y Colonización». La iniciativa de esta norma le correspondió al entonces presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, cuyo objetivo prioritario fue poblar y aprovechar las grandes extensiones de tierra que poseía nuestro país. Claro ejemplo de su pensamiento fue una frase muy difundida en la época: «Todo está salvado cuando hay un pueblo que trabaja». En su artículo 14, la legislación rezaba: «Todo inmigrante que acreditase suficientemente su buena conducta y su actitud para cualquier industria, arte u oficio útil, tendrá derecho a gozar, a su entrada al territorio, de las siguientes ventajas especiales: 1º Ser alojado y mantenido a expensas de la Nación, durante el tiempo fijado…».
La construcción del hotel era un proyecto que llevaba dos décadas de postergaciones, hasta que en el año 1905, el Estado adjudicó la obra a los constructores Udina y Mosca. La imponente estructura comenzó a construirse en el año 1906, aunque el proyecto luego se demoró. En 1909 se rescindió el contrato e intervinieron entonces el arquitecto húngaro Juan Kronfuss.


Los trabajos, con modificaciones parciales, finalizaron hacia 1911 y un año después el edificio ya estaba colmado. Como parte de ese plan, también se conformó una comisión que era responsable de abordar los barcos recién llegados al país, y chequear la documentación y el estado de salud de los pasajeros antes de de otorgarles el permiso de ingreso. Una vez desembarcados, iban caminando hasta allí, donde eran alojados.
El hotel es una construcción con un sistema de losas de hormigón armado sobre columnas de ritmo uniforme. Tiene cuatro pisos. En la planta baja se encontraba el comedor y en los pisos superiores estaban los dormitorios.
«El edificio se construyó como parte de la corriente higienista de fines del siglo XIX, con espacios amplios, ventilados y luminosos, para facilitar la circulación del aire y evitar enfermedades», indica el arquitecto Sampedro.
En el hotel, las celadoras despertaban a los inmigrantes a las 6 de la mañana para tomar el desayuno que consistía en café con leche, mate cocido y pan horneado en la panadería del lugar. Las mujeres se dedicaban a los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños, mientras los hombres gestionaban su colocación en la oficina de trabajo. Luego, una campana los llamaba para comer y un inmenso reloj que estaba en el frente del edificio les indicaba el paso del tiempo.

El lugar alojó, entre los años de 1911 y 1920, a 479.126 inmigrantes, es decir, el 39,76 % de los pasajeros llegados a nuestro país.

El lugar alojó, entre 1911 y 1920, a 479.126 inmigrantes, es decir, el 39,76 por ciento de los pasajeros llegados a nuestro país. Hasta 1930 cumplió fielmente sus funciones pero, a partir de ese momento, la falta de mantenimiento le restó eficiencia y comenzó a decaer. El ritmo se sostuvo así hasta 1953, cuando la razón de ser del Hotel se perdió. Hacia la década del 50, la Argentina comenzó a ser menos atractiva, y la Alemania Occidental de posguerra fue un nuevo destino para los europeos meridionales.
El hotel dejó de funcionar en 1953 y en 1995 fue convertido en monumento histórico nacional. En setiembre del 2013 el Estado firmó con la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) «un convenio para la recuperación de las instalaciones y el uso del lugar como Museo de la Inmigración y espacio de arte contemporáneo», puntualiza Aníbal Jozami, rector de esa casa de estudios. Gracias a esto el Museo de la Inmigración reabrió sus puertas con una nueva propuesta desarrollada hoy en el ámbito del Tercer Piso del Hotel (planta de antiguos dormitorios). La nueva propuesta retoma desde una perspectiva museográfica más contemporánea, el MUNTREF – Museo de la Inmigración, el que, desde un ámbito que le es propio, integra y articula en espacios aledaños, el Centro de Arte Contemporáneo (C.A.C.).


El presente, el museo

En un sector del viejo Hotel de los Inmigrantes funciona un museo dedicado a exhibir la historia de la inmigración. El lugar combina documentación, fotografía, objetos e intervenciones artísticas. Es el resultado de un trabajo en conjunto entre la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Dirección Nacional de Migraciones.
Las tareas de digitalización de los arribos de extranjeros las inició el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos y hoy las extiende la UNTREF. La base de datos va de 1882 a 1960, tiene registradas todas las entradas de inmigrantes por el puerto de Buenos Aires. Son 5 millones de registros.
El museo funciona en el tercer piso del edificio hotelero y en él se exhiben réplicas de las camas de hierro donde descansaron los inmigrantes descendidos de los barcos, aunque no ya con los elásticos de cuero originales sino de lona.
La tarea de recuperación del espacio estuvo a cargo de la Universidad. Los pisos tienen los mosaicos blancos originales, el techo se bajó quince centímetros y la paredes lucen blanquísimas, lo mismo que los marcos de los ventanales.
El arquitecto Sergio Sampedro explica que sólo en el piso donde hoy se encuentra la muestra había cuatro dormitorios de 400 metros cuadrados cada uno, donde entraban 250 personas en cada uno. «En en aquellos años el hotel llegaba a albergar a 4 mil personas que permanecían allí durante unos días hasta que encontraban ubicación y empleo».
La muestra se organiza sobre tres ejes: el viaje de los inmigrantes, su arribo, la inserción y su legado. En el primer sector se destaca la maqueta del trasatlántico Tubantia, que a partir de 1913 hizo el recorrido desde Bremen hasta Buenos Aires. La precisa reproducción del barco, realizada en madera, fue donada por el Museo Naval.

En las paredes, vitrinas y cajones del lugar se exhiben fotos provenientes del Archivo General de la Nación y afiches de compañías navieras de la época y documentos de identidad originales, recuperados de los archivos de Migraciones junto a un equipo portátil para tomar huellas digitales.
En el segundo sector, el de los «arribos» se encuentran las camas blancas -multiplicadas a través de un juego de espejos- donde descansaban los inmigrantes durante sus primeras noches. Hay fotos de archivo del interior del hotel, con sus habitantes, y también del exterior. Además, en un sector se exhiben los objetos que trajeron consigo los inmigrantes, según sus oficios: desde un juego de tijeras de peluquero con una primitiva planchita para el pelo hasta un rudimentario cepillo de carpintero. Allí también hay libros con listados con las ocupaciones de los recién llegados en cada viaje.
En la última parte, dedicada a la inserción y el legado de los inmigrantes, impactan las fotos de un maestro con sus alumnos, pequeños niños galeses, en la escuela Droga Galets, de Gaiman, Chubut, tomada en 1898 y las de un ya antiguo automóvil desbordado por las pertenencias de los recién llegados.
Tanto el hotel como el museo son escenarios donde se encuentran las marcas del pasado de nuestro país, el de la inmigración, uno de los fenómenos más importantes en la expansión y consolidación de la nación.
El Museo de la Inmigración, cuenta con dos muestras permanentes: «Italianos y españoles en la Argentina» y «Para todos los hombres del mundo». Además, de forma continua se realizan muestras de arte contemporáneo. Además alberga intervenciones artísticas itinerantes como las de Carlos Trilick, Graciela Sacco, Gabriela Golder, Mariano Sardón y Annemarie Heinrich.
A esta propuesta se suma la del Centro de Arte Contemporáneo MUNTREF, que promueve la participación de diversos actores culturales y sociales. Desde su inauguración, expusieron artistas internacionales como el francés Christian Boltanski, quien desarrolló una intervención que fue visitada por más de 300 mil personas, la italiana Rosa Barba, el alemán Ito Steyerl, entre otros.
Actualmente en el MUNTREF se exhiben las obras de 15 artistas, seleccionados para participar en el Premio Braque 2019, con el propósito de estimular la producción y el posicionamiento de los artistas argentinos y su inserción dentro del mapa internacional del arte contemporáneo. ©

TXT I Fotos: GEM


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