Tras recorrer los más de mil kilómetros que separan Buenos Aires de Puerto Madryn, el viajero llega a Península Valdez. Es agosto, la época ideal para realizar una de las actividades más bellas del universo y cuya experiencia nos acompaña de por vida: el avistaje de ballenas.

El viajero llega a Puerto Madryn, provincia de Chubut, para presenciar uno de los rituales más antiguos y fascinantes del planeta. Desde junio, las ballenas se aproximan a la región para reproducirse y tener a sus crías en las aguas del Golfo Nuevo, lejos del frío patagónico. La ceremonia se repite año tras año, desde tiempos inmemorables.
La ciudad, emplazada frente al Mar Argentino, es considerada la puerta de entrada a la Península Valdés, que en 1999 fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Avistaje inolvidable

En Puerto Pirámides, aborda una de las seis operadoras habilitadas para realizar el avistaje de la ballena franca austral. A una distancia prudente, el capitán detiene el motor de la nave para no incomodar a las protagonistas del espectáculo.
Pasados unos pocos minutos los cetáceos se acercan al lanchón. “¿Qué las impulsa a aproximarse?”, se pregunta en su interior, cuando el primer ejemplar se presenta ante sus ojos curiosos. Entonces, como si un director de obra lo ordenase, empieza el show.
Desde la profundidad comienzan a emerger las ballenas. Juegan e interactúan con la embarcación, ganándose los suspiros de los turistas, entre resoplidos. El viento azota el rostro del viajero, maravillado con la perfección de la naturaleza. A pocos metros, una ballena da un salto en el aire y provoca un gigantesco estallido en el agua que sacude la embarcación.
La secuencia se repite y las cámaras se disparan, mientras el viajero guarda en el alma una sensación que lo acompañará por siempre. Se siente pequeño en comparación al paisaje y sus nuevos amigos. Respira libertad.


De pronto una voz que no logra identificar anuncia que es hora de regresar a tierra. “¿Tan pronto?”, le pregunta al hombre que se encuentra junto a él, aunque en verdad se lo pregunta a sí mismo. Entonces lo divisa. Un ejemplar albino sale a la superficie. La embarcación parte pero una parte de su ser se desprende y regresa con la ballena que le recuerda la historia que escribió Herman Melville: Moby Dick.

La gran maternidad

Camino a la playa El Doradillo, el viajero encuentra una pequeña población de pingüinos. Es un descubrimiento inesperado que le ahorrará el viaje hasta la pingüinera de Punta Tombo.
Sin dudas, Península Valdés es un reservorio de vida silvestre único en el mundo. Pocos lugares ofrecen la posibilidad de observar en su hábitat natural tanta cantidad de especies.
Luego de unos minutos, el viajero retoma su camino.

El estilo arquitectónico del Ecocentro Puerto Madryn recuerda a los inmigrantes galeses, está situado sobre un acantilado y ofrece una vista única.

El Doradillo es una playa de aguas tranquilas y profundas que “otorgan reparo para las crías que nacen cada temporada”, le cuenta un lugareño, quien, como muchos otros, por ese motivo llama “gran maternidad” a ese santuario que no deja de convocar turistas.
El hombre, cuyo rostro refleja muchos inviernos fríos de vientos salvajes, le ofrece algo caliente para beber acompañado con las historias de su tierra.

El museo del Hombre y el Mar

El Museo provincial del Hombre y el Mar se encuentra ubicado en el centro de la ciudad de Puerto Madryn.
El edificio que alberga al museo es llamado Chalet Pujol y es conocido como “Castillo de Madryn”. Fue construido entre 1915 y 1917 por encargo del comerciante español Agustín Pujol. En 1955, los familiares lo donaron al gobierno provincial y el 22 de febrero de 1972 abrió sus puertas como museo. En 2004, el edificio fue restaurado y refaccionado.
La temática principal del museo es la relación entre el hombre y la naturaleza. La nueva propuesta museológica revela la real unidad y continuidad que la naturaleza presenta, así como también rescata y privilegia un elemento vital en la historia del hombre: el mar.
En varias de las salas se muestra la flora y la fauna de la Patagonia a través de esqueletos fósiles, animales embalsamados, fotos y videos. También se exhiben vestimentas, fotografías, herramientas, vasijas y utensilios de los pueblos originarios (Tehuelches y Mapuches).

 


El edificio que alberga al Museo provincial del Hombre y el Mar es llamado Chalet Pujol y es conocido como “Castillo de Madryn”.

En otros espacios se muestran vestimentas, documentos, utensilios y armas de los exploradores europeos.
Entre las salas del museo destacan: Mitos y Leyendas Tehuelches; Mitos y Leyendas de Europeos; Viajeros y Naturalistas Europeos; Proyecto Nacional; Ecología; Identidad Patagónica e Identidad Argentina; Botánica; Cueros y Tejidos Pintados; y Pescadores Artesanales. Además, posee una biblioteca, un mirador en el último piso y muestras temporarias.
Tanto el edificio como la colección que incluye son administrados por la Secretaría de Cultura de la Provincia del Chubut.
El museo abre de lunes a sábados y los fines de semana largos, posee horarios diferenciados en invierno y verano, como así también horarios para cruceros.

El mar como presencia

El viajero recorre Puerto Madryn en una camioneta 4×4 que lo conduce a través de médanos gigantes y senderos de ripio hasta llegar a Cerro Avanzado. En el camino se pueden ver guanacos, zorros y gran variedad de aves. Por la tarde decide visitar el Ecocentro Puerto Madryn ubicado de cara al mar a sólo 5 minutos de la ciudad. El edificio, cuyo estilo arquitectónico recuerda a los inmigrantes galeses, está situado sobre un acantilado y ofrece una vista única.
Lo primero que impacta al viajero en su visita al “Ecocentro” –además del paisaje- es el esqueleto de una ballena franca austral que vigila la entrada. El interior lo invita a descubrir la vida marina de la zona a través de pantallas, obras de arte y fósiles.
Nadie le indica qué camino seguir ni le marca un itinerario. Una vez más, el viajero es libre de decidir cómo utilizar su tiempo. Otra ballena vuelve a apoderarse de su atención. En esta oportunidad, se trata de una ballena hecha con basura recolectada del mar.
Sus pasos lo llevan por distintas habitaciones. Una de ellas lo sumerge en la oscuridad absoluta. Sentado en un asiento que vibra, el viajero escucha los sonidos que emite la ballena franca. Otra sala, cuyas ventanas son monitores por los que se ve pasar la imagen de una ballena, le produce la sensación de estar bajo el agua durante el lapso que dura la experiencia.
En el último piso, un mirador lo despide del Ecocentro, así como también de Península Valdez y las ballenas. Es hora de emprender un nuevo viaje. ©

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