Un nuevo horizonte se abrió apenas pisamos el corazón profundo de la sabana africana. Allí donde –dicen- empezó el universo humano, la belleza se expande repleta de contradicciones que la razón probablemente nunca entienda.

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Kenya y Tanzania –como otros tantos destinos en el mundo- ponen en jaque algunas de nuestras certezas. Y es allí cuando nos empezamos a sacudir por dentro como una coctelera sin paz.
Antes de sacar boleto para estos países hay que sincerarse y definir en calidad de qué viajamos. No es lo mismo ser turista que viajero. ¿Qué eliges ser?. El turista le exige al destino un menú de opciones a la carta y probablemente se frustre en el intento llegando a los límites del enojo. El viajero en cambio, no la quiere servida, disfruta con andar, buscar y allí encuentra el verdadero sentido de su viaje. Aparece la sorpresa, el valor de lo inesperado, el sabor de lo distinto.
Ejemplos cortitos, concretos, domésticos. Escuché gente quejarse porque las canillas de la ducha se abren exactamente al revés que en la Argentina. El turista reacciona. El viajero se ríe, se asombra y acepta que las cosas no son como creen que son. He visto gente tirar la bronca porque no estaban todos los animales que iban a buscar. Estaban… pero no ordenados como en un santuario o en un zoológico. El turista se desanima. El viajero se entusiasma con el reto que implica un safari y su ánimo se redobla con la aventura, más allá del resultado. En definitiva también hay cielos eternos, topografía vibrante, paisajes increíbles, caminos rudos y la fiel compañera de cualquier viajero: la incertidumbre.
Africa no es solo un continente… es un desafío.
Desde mi perspectiva y no digan que no avisé: Africa es también un viaje duro. Allí son libres los animales y no nosotros, los libres del mundo. Son muchas horas adentro de un jeep recorriendo caminos de ripio y polvo, o rutas que parecen hechas por el mismísimo enemigo. No siempre hacemos lo que queremos, hacemos lo que podemos.

País de bienvenidas

Llegar a Kenya es hacerse amigo de “Jambo jambo”, el saludo habitual de bienvenida vayas donde vayas. Aterrizamos en Nairobi, la capital, como punto de partida de nuestro itinerario. Sorprende la alegría permanente en esas caras negras donde estallan dientes blancos con sonrisas enormes. Son amables, tienen chispa y un don de servicio hacia el turista que nos sentimos abrazados sin abrazos. En las calles es una sana costumbre saludar a los turistas con el brazo en alto, así que la recorrida por todo el país es un augurio permanente ya sea en un paraje con cuatro chapas y tres almas, o en las grandes ciudades donde todo parece caótico. Los niños dejan de jugar, los laburantes distraen su trabajo, las mujeres cargando tachos de agua sobre su cabeza hacen equilibro pero siempre tienen el brazo dispuesto para sacudirlo por los aires y garantizarnos el saludo.


Duele saber que en el continente donde nació la especie humana el agua sea un privilegio de pocos y un derecho de casi nadie. La hipótesis científica más aceptada en la actualidad es que la especie humana (“homo sapiens”) surgió en Africa hace unos 200 millones de años. Kenya tiene la mayor economía de Africa del Este, sin embargo, los niveles de pobreza son preocupantes, al igual que la exclusión femenina, la desigualdad y la falta de derechos de comunidades como la LGBTQ+. Un dato más: está en el puesto 152 a nivel mundial en el índice de bienestar. Tanzania empeoró su esperanza de vida y quedó en el puesto 141 entre los 194 países. Esto significa que sus habitantes viven menos que en otros lugares del planeta. Datos que duelen.
Es una de nuestras salidas hacia la selva africana el chofer de nuestro jeep detuvo la marcha en una calle angosta, arbolada, envuelta en polvo y silenciosa. Un nene de unos 6 años estaba paradito y con los ojos alertas. Atinamos a darle nuestra vianda con fruta, jugo, budín y maníes pero el muchacho al volante pidió de manera enérgica una botella de agua mineral y se la entregó envuelta en palabras de cariño.
-Este niño está pidiendo agua, nos dijo con tono de autoridad como para que no quedaran dudas.
Se nos heló el cuerpo y el silencio fue eterno. Quedamos estremecidos y descolocados por ese instante que ojalá sea eterno en nuestra conciencia.
Eso es Africa! Juro que aún hoy, varias semanas después del viaje, cada mañana al lavarme los dientes o enjuagar los platos, esos ojos viven en mí.

Eso es Africa! Juro que aún hoy, varias semanas después del viaje, cada mañana al lavarme los dientes o enjuagar los platos, esos ojos viven en mí.

Nuestro primer día en Nairobi incluyó una visita al santuario de jirafas donde los visitantes convivimos un ratito con ellas, les damos de comer y las tenemos al alcance de la mano. Alzan sus estirados cuellos y sacan sus lenguas azules para recibir el alimento al son de gritos, mimos, sustos. Los seres humanos aún no hemos aprendido lo suficiente sobre el valor del silencio allí donde los animales son protagonistas. Y los argentinos -en especial- somos bullangueros. Quizá sea un hermoso aprendizaje hablar menos y sentir más. Dejarnos atravesar por el silencio y escuchar el lenguaje de las jirafas para no asustarlas ni espantarlas. Antes de entrar al “Jirafa Center” es obligación lavarse las manos para no contaminarlas y solo podemos darle la ración de comida que está incluída en el ticket de entrada. Es hermoso el momento pero se desvanece al día siguiente cuando arrancamos las excursiones por las grandes extensiones donde los animales realmente son todos libres.


¡Acá estamos gente!

Lo que vimos en libros cuando éramos chicos o lo que cada tanto disfrutamos en un documental, ahora es una experiencia viva. Las cebras en manada pastando por la espesura verde es el primer impacto de que ya estamos frente a la maravilla animal. Les siguen los ñus que se multiplican por miles y miles en plena migración. Mientras las jirafas, que nunca andan solas, cogotean y comen de donde nunca nadie podrá hacerlo. Las copas de los árboles son su manjar y a la vez vigilan que no haya enemigos en la zona. Cebras y jirafas son fashionistas por donde se las mire.
Nuestro jeep avanza por un camino ondulado plagado de charcos de barro y el chofer exclama suelto de cuerpo:
-Ellas son como Valeria Mazza, un desfile de modelos constante.
Unos metros más adelante aparecen campantes, como en cámara lenta, unas 12 jirafas que acompañan el final del día. El sol empieza a despedirse en el Parque Nacional Lago Nakuru y para nosotros la aventura aún está en pañales.
Luego llega el turno de los leones, que en familia se revuelcan a un costado de otro camino perdido vaya a saber en qué parte del gran parque. Se rascan, se lamen, se enciman. El rey león con la hembra y sus tres cachorritos nos regalan una escena ¿hogareña? El guía nos recuerda que cuando salga la luna, saldrán a cazar sus presas aprovechando la inmensidad de la noche.
Los leopardos son figuritas difíciles porque saben muy bien en qué ramas y en qué arboles estirar toda su animalidad para pasar desapercibidos. Es posible verlos, a lo lejos, estirados como si los sostuviera una cómoda reposera. Las manchas del pelaje cambia según el lugar donde habitan. Son tan esquivos como precisos y los más hábiles en el arte de camuflarse.
Este parque está ubicado a unos 150 kilómetros de Nairobi, en el gran Valle de Rift, y tiene un lago alcalino donde desde lejos impacta el rosa y el blanco en movimiento. Son miles y miles de flamencos y pelícanos que hacen del agua un escenario donde ofrecen su propio ballet animal. Más de 400 especies de aves hay aquí y estamos rodeados de cigüeñas, estorninos, “secretarios”, entre muchas otras.
En los amaneceres vemos la mayor cantidad de animales en acción porque aprovechan alimentarse o trasladarse antes de que la temperatura aumente. Hipopótamos, rinocerontes, gacelas andan con sus crías y miles de impalas nos deslumbran con su vivir en comunidad, sus orejas puntiagudas y sus colas manchadas con una raya serpenteada que simula ser una letra “M”. Los guías llaman a estos antílopes “Mc Donald” por el parecido entre la macha trasera de los impalas y el logo de la famosa hamburguesería.

La temperatura de nuestros días en Kenya fue un regalo amoroso. Entre 12 y 15 grados de noche y máximas entre 28 y 30 grados al mediodía.

La temperatura de nuestros días en Kenya fue un regalo amoroso. Entre 12 y 15 grados de noche y máximas entre 28 y 30 grados al mediodía. Ese registro térmico hizo soportable nuestro viaje de 18 personas, la inmensa mayoría mujeres y con edades promedio entre los 45 y 80 años. ¿Se puede hacer a cualquier edad? Claro que sí, siempre que estés dispuesta aceptar el desafío, ser consciente de tus límites y aceptar que también te vas cansar mucho. Graciela, una de nuestras viajeras, se animó a sus 79 años. Cuando decidió hacer el viaje también empezó aquagym, gimnasia en su casa, caminatas y hasta se tomó el trabajo de subir y bajar escalones para estar entrenada a la hora de abordar un jeep o una 4 x 4. Nadie en los 14 días de aventura escuchó una sola queja de Graciela.

De película

Kenya nos regaló además dos visitas dignas del túnel del tiempo.
La casa-museo de la baronesa Karen Blixen, famosa porque fue interpretada por Meryl Streep en la película “Africa Mía”, de 1985, en la que comparte cartel con Robert Redford. Ubicaba a 20 kilómetros de Nairobi, es una mansión con techos de tejas, sobre un gran parque de verdes y plantación de café al fondo. Muebles de época y algunas prendas personales evocan los años en los que Blixen vivió en Kenya y en los que conoció su esplendor y también su caía, sobre todo económica. Aquí se filmaron algunas escenas, tan románticas como memorables, de aquella película que se llevó 7 premios Oscar de la Academia de Hollywood, sobre las 11 nominaciones que tenía.
Otro paseo impactante es el Parque Nacional Masai Mara donde se levantan cientos de aldeas con habitantes que viven como si el tiempo no hubiera pasado; salvo que usan celular para estar comunicados con la llamada civilización.
Son nómades y durante el tiempo que se asientan en un lugar arman su ranchada (boma o enkai) en forma de círculo con un patio en común y puesto de artesanías al fondo para los turistas. Nos reciben con tres cantos corales y luego enormes saltos de los hombres de la tribu que simbolizan la oportunidad de elevarse, soñar, y mirar el mundo con ojos de niño, sin límites. También con picardía nos recuerdan que quien salta más alto, tiene más novias. Les encanta contar como viven. Sus casas están hechas con barro y bosta de vaca. Comen sangre de buey, leche de vaca y carne de cabras y antílopes.
Son pastores y al atardecer cientos y cientos de animales vuelven de pastar. Viven en condiciones de extrema pobreza. ¿Alguien puede no salir movilizado después de semejante regreso en el tiempo?

Cruzar el límite

Llegar a Tanzania implica abandonar nuestro guía y abrirle los brazos a otro que nos espera exactamente en la frontera al grito de “jambo, jambo!”. Estacionamos sobre el edificio de migraciones y cambiamos los bártulos de un jeep a otro jeep. Otro dato a tener en cuenta: no sobrecargarse de equipaje, llevar bolsos o valijas blandas porque se anda mucho y todo hay que acomodarlo es espacios chicos.
El Parque Nacional Serengueti en Tanzania tiene 15.000 kilómetros cuadrados y se presenta como una llanura interminable y agreste. Aquí los animales son más esquivos, o cuesta verlos a simple vista, o hay que tomarse más trabajo en encontrarlos, o hay que viajar más kilómetros y eso hace todo más tedioso. Cada uno interpreta como quiere. Todo es un poco más, para –aparentemente- ver menos. Hacer la comparación con Kenya es perder en el recuento. Recorrerlo es convivir con las bravísimas hienas, con búfalos y leones. Y por fin aparecen los elefantes que en manada son como un muro arrugado y en movimiento.



Pasamos dos noches en un campamento rodeados de árboles, envueltos en el silencio, abrazados por los sonidos de los animales y con visitas inesperadas durante la noche como hienas, elefantes o leones. En realidad son carpas con forma de habitaciones que tienen cama doble, baños de madera con ducha, inodoros y bacha. Hay luz eléctrica y las telas tienen cierres que se sugiere tenerlos siempre bien cerrados. ¿Miedo? Sí claro! Sobre todo porque por desde el atardecer y hasta que amanece otra vez es obligatorio hacerse acompañar por el personal del campamento que en medio de la oscuridad apunta sus linternas cuidando que no haya cerca algún salvaje.

A la hora de dormir resuena el gruñido de las hienas, la sacudida de orejas de los elefantes y hasta los pasos de vaya a saber que animal que anda de paso por allí.

A la hora de dormir resuena el gruñido de las hienas, la sacudida de orejas de los elefantes y hasta los pasos de vaya a saber que animal que anda de paso por allí. Nuestra segunda mañana nos sorprendió con varios árboles medianos volteados alrededor de la carpa. La duda se nos fue cuando abrió la boca nuestro cuidador:
-Anoche anduvo un elefante viejo pastando entre las carpas a eso de la 4 de la madrugada.
No solo los árboles por el piso fueron su evidencia sino la bosta en el piso que llega a pesar hasta diez kilos.
Ver el amanecer en globo es una experiencia que varias de nuestras compañeras de viaje eligieron para ver la sabana, desde lo alto, en pleno amanecer. Hay que levantarse a las 4 de la madrugada, cruzar los dedos para que el tiempo lo permita y luego, disfrutar de la previa, del viaje y el pomposo desayuno americano cuando ya estás en tierra otra vez.

Los cinco grandes

Recorrer el Cráter de Ngorongoro es meterse en la historia de El Rey Leon. Un viejo volcán que explotó hace millones de años y cayó sobre sí mismo, dejó esta maravilla que es Patrimonio de la Humanidad. Es como un cuenco redondo rodeado por montañas de hasta 600 metros de altura y adentro, un valle con piedras enormes, lagos, verdes vibrantes, pastura seca. En sus 20 kilómetros cuadrados están los cinco grandes: leones, leopardos, búfalos, rinocerontes y elefantes.
Andando por un caminito vivimos el auténtico ciclo de la vida o la verdadera ley de la selva. Nuestro chofer encuentra una leona, y luego otra, y más allá una tercera con su cachorra. Nuestro corazón se escandaliza y nos sacude el cuerpo. Ellas –las leonas- caminan a nuestro lado y están a metro y medio de la ventanilla. Un pasmo fascinante para cualquiera. Pero hay algo más… un león en alerta con su frondosa melena mezclada entre la mata y a su lado, una cebra degollada por la garra de sus dientes; minutos más tarde la aprieta en su boca y la arrastra hasta una madriguera. ¡Eso también es Africa!

¿Y después qué?

Me animo a decir que volvimos transformados. El mundo animal con todas las especies en un solo escenario nos lleva a la dimensión de nuestra propia ignorancia y de todo lo que –como humanos- aún podemos ser pero todavía no hemos podido.
Un amigo me escrutó estos días:
-¿Vas a seguir comiendo carne después de todo lo vivido?
No supe qué contestarle, pero acepto su cuestionamiento. Quizá ese sea uno de los tantos sentidos del viaje, hacerme preguntas que hasta ahora nunca me había hecho.
Y que queda para siempre este aprendizaje: el don de la alegría no depende exclusivamente de lo que tienes, sino de quien eres frente a la vida y sus circunstancias. ©

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